Sin duda habría sido mejor vivir un 12 de octubre penetrado por la concordia nacional, en vez de esta gresca entre partidos que ya va siendo cotidiana. En todo caso, a veces los deseos de concordia tienen el inconveniente de maquillar la auténtica realidad, y ésta, en la España de hoy, es la de una sociedad que mayoritariamente desea recobrar sus señas de identidad nacionales y poder decirse “español” con toda normalidad y un legítimo orgullo.
Se puede considerar agresiva la iniciativa del PP de lanzar un vídeo llamando al uso de los símbolos nacionales. Pero el propio hecho de que ese vídeo se haya considerado “agresivo” ya da una idea de dónde estamos: en un país donde la bandera, el himno o el propio nombre de España es percibido por ciertos sectores como algo negativo, y esto, se mire como se mire es una enfermedad. Durante muchos años, esta enfermedad de quien niega a su patria ha sido moneda común, por todos aceptada. Ahora, por fortuna, ya va quedando circunscrita a sus verdaderas dimensiones, que son las de un determinado círculo de la elite política, social y cultural, cada vez más ajena a los ciudadanos de a pie.
Buena parte del actual Gobierno pertenece a ese sector minoritario; es su problema. Lo importante es el deseo natural, en buena medida espontáneo, de unos ciudadanos que ya no entienden por qué ha de ser problemático llevar una bandera de España. La sociedad terminará haciendo normal lo que muchos políticos, torpemente, aún consideran anómalo.
Fundación DENAES.
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